Las tensiones y conflictos desplegados en capítulos anteriores van convergiendo hacia un mismo punto de gravedad máxima, saturada de violencia, sexualidad y emociones que por fin gritan y se sacuden la prudencia como un perro se sacude el agua del pelo, con muchas ganas y sin ningún miramiento.
Como esperábamos el agente Van Alden, el personaje favorito de esta serie para este humilde juntaletras y desde luego el que da más miedo, está en el punto perfecto de ebullición. Entre la espada y la pared, atrapado por problemas que han crecido mientras fueron aplazados (lo sé, es facilón, pero tampoco puede ser más cierto, ¿verdad?) cae en las zarpas de Nucky mientras su ego es fragmentado en mil pedazos por los cambios en su oficina y las decisiones que no tiene más remedio que tomar.
Entre tanto, Jimmy se aviene al papel de Bruto en un paso más de la conspiración para dar su propia versión de los Idus de Marzo, aunque Nucky no será presa fácil.
Por otra parte, los resentimientos y deseos albergados en los personajes femeninos (Margaret también está en fase de crecimiento, ¡y de qué manera!) van aflorando, dándonos una dosis superior de intensidad que el cerval odio del hermano de Nucky, sin embargo, no transmite con la misma eficacia.
En todo caso, tras esta secuencia de sabor clásico (de cine negro, y de diálogos de romanos) creemos que BE se aproxima a una fase distinta, de intensidad mucho más constante y panorámica, de aproximación al gran cine, el que nos permite mirar por encima del hombro a esas pequeñas series procedimentales donde el argumento se esconde bajo la lente de un vulgar microscopio.
Personalmente, prefiero encontrarlo dentro de una olla bien hinchada de whisky, una olla a punto de explotar como la de Boardwalk Empire.
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