No me malinterpreten. No es necesario ceñirse a un producto ceñudo y denso para empatizar con una reconstrucción de época. Ahí está la simpática Life on Mars para demostrarlo, y en la que los ingleses reconocen su pasado sin dejar de pasarlo bien ni tampoco idealizarlo.
En Pan Am, por el contrario, parecen seguir empeñados en darnos una de cal y otra de arena. Si usted cree que visitar un parque temático es el equivalente a un fin de semana de aventuras, entonces esta es su serie. Si, por el contrario, se extraña de que en los años 60 nadie fume y de que la liberación de la mujer se limite a llevar la falda más corta, entonces busque en otro lado.
La clave, como siempre, está en los personajes. Allí donde Colette, el personaje felizmente interpretado por Karine Vanasse, nos promete frescura y alegrías, el esfuerzo denodado de Christina Ricci y su Maggie choca con las limitaciones agradables pero cortas del personaje que le han escrito. Por poner un ejemplo.
Si para retratar el telón de fondo de la Guerra Fría y la extraordinaria tensión que corría en los sótanos de las fiestas sesenteras recurrimos a decir que Kate se esfuerza por no pifiarla como espía, es que no lo estamos haciendo bien.
Es decir, Pan Am es víctima de dónde está puesto hoy el listón. Hace unos años esta serie habría sido una bomba, una novedad. Hoy, después de ver este capítulo donde visitamos Hong Kong y algunas angustias superficiales (no, no me refiero al aterrizaje movidito, eso sí da un miedo que todos reconocemos), uno piensa si el próximo capítulo será cal, arena, o simplemente más brillantina.
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