domingo, 18 de diciembre de 2011

Boardwalk Empire S02E11: La tentación de la carne



















Sexo. Tabús. Sangre. Atrevimiento. Calidad.

Son las primeras palabras que me vienen a la mente recordando este (otro) brillante episodio de Boardwalk Empire, de la que ya podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que es una de las mejores cosas que ha pasado este año por la pequeña gran pantalla, caja tonta solo cuando la dejamos.

En efecto, Jimmy ha sido un chico malo... y su madre no ha sido mucho mejor. La tensión sexual está para hacer algo con ella o de lo contrario nos explota en la cara, como podemos observar aquí. Claro que no voy a llevarme las manos a la cabeza. Si mi madre fuera, no sé, Lucy Lawless o Carrie-Anne Moss, creo que también pensaría que hay cosas peores como , no sé, asesinar a gente. Un momento, Jimmy ya hizo eso. También. Varias veces.

Jimmy, no tienes remedio, los pecados se te acumulan, y pronto no tendrás dónde meterlos.

Decíamos en el episodio pasado que la relación entre Jimmy y Nucky tenía algo de Ícaro y Dédalo, que los guionistas mostraban así su querencia por los clásicos, que es tanto como usar lo que sabemos que funciona.

Nuevamente se empeñan en darnos la razón, esta vez trayendo a Edipo a la palestra. Es imposible no pensarlo porque el hijo, bueno, también liquida al padre. No, no hay metáforas, tienen que verlo.

En realidad son su debilidades y el cómo conviven con ellas lo que construye a los personajes interesantes. Dicho de otra manera, ¿qué podría sacar a Nucky de su apuro con los federales? Exacto, los pecados pasados de nuestro personaje favorito, el agente Van Alden, cuyo pasado desahogo durante cierta ceremonia de bautismo promete consecuencias difíciles de tragar, incluso si son combinadas con whisky.

Pero no este whisky aguado y políticamente correcto de los tiempos de la crisis y los adolescentes de cuarenta años que ven series de magos, no.

El whisky fuerte, ardiente y que se toma solo. El de los años 20. Un whisky para hombres de verdad que toman lo que desean sin pensar en que está prohibido, porque son lo que son.

Los personajes que amamos contemplar y comprender porque no son modelos de comportamiento y porque nos desafían con su maldad.
Los amamos, porque no son perfectos.

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